El compromiso de una generación

Ayer, 17 de mayo, se cumplían 27 años desde que la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), decidiera que los y l...

17M, igualdad para ser, igualdad para amar.


Ayer, 17 de mayo, se cumplían 27 años desde que la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), decidiera que los y las homosexuales no éramos enfermos mentales. Se celebraba el Día Internacional Contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia (IDAHOT en su abreviatura inglesa).


Visto desde hoy, fue un paso hiriente, no per se, si no por el hecho de que fuera necesario, por el hecho de que hasta entonces, a gais y lesbianas se les clasificara como una enfermedad mental más, por el hecho de que todavía en 1990, el mayor referente en materia sanitaria a nivel mundial, siguiera calificando de ese modo a millones de hombres y mujeres (cosa que hoy, a 2017, continúa haciendo con las personas transexuales, a las que encuadra dentro de la patología de "disforia de género"; patología ésta que, como enfermero, he tenido que estudiar dentro de los apartados de Salud Mental).

Fue un paso hiriente por necesario. Pero imprescindible para el avance del colectivo LGTB.

Veintisiete años después, es indudable que el mundo se ha vuelto un lugar más seguro para homosexuales, bisexuales y transexuales, especialmente el mundo occidental. Los derechos para los y las miembros del colectivo LGTBIQ+ se han ido ampliando, asentando y asimilando como propios y necesarios a lo largo y ancho de Europa y de América -mayormente-. Los países y regiones que permiten y legislan en sus fronteras el matrimonio igualitario, se cuentan ya por decenas, cuando al inicio del presente siglo, este derecho estaba ausente en todo el globo. Igualmente, ya son 27 los Estados que permiten la adopción homoparental en todo su territorio, y las Leyes de Identidad de Género, que reconocen la realidad de la población transexual, continúan abriéndose camino. Hoy, las ciudades se declaran con orgullo "gay friendly", y abren sus puertas de par en par a la celebración de las festividades del Orgullo Gay. Ayuntamientos, sedes de gobierno, edificios institucionales e instituciones locales, nacionales y europeas lucen con orgullo la bandera arcoíris. La Unión Europea hace gala de su respeto y defensa de los derechos LGTB.

Sí, 27 años después de esa decisión de la OMS de despatologizar la homosexualidad, la comunidad LGTB ha avanzado en derechos y libertades, en reconocimiento y normalización, en seguridad y respeto. Pero no ha llegado a su destino, ni mucho menos.

Como la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales nos descubre en su informe, el mundo aún está muy lejos de poder considerarse en su conjunto como un territorio amigable para el colectivo.

Hasta trece países permiten hoy la pena de muerte por razón de ser gay o lesbiana, 22 han aprobado leyes que criminalizan moralmente a los y las homosexuales y 25 imposibilitan la creación de organizaciones LGTB. Todos los países del mundo salvo tres, permiten la existencia y la realización de "terapias de reconversión" de homosexuales en heterosexuales y tan solo 9 incluyen en sus Cartas Magnas la no discriminación por razones de orientación sexual.

Esto se suma a la realidad cotidiana en la que, incluso en países pioneros y referentes en legislación y normalización del colectivo LGTB como España, las agresiones, tanto verbales como físicas, están aumentando exponencialmente. O a la regresión que se está viviendo en el seno de la propia Unión Europea con gobiernos abiertamente homófobos como el de Viktor Orban en Hungría, o el de Beata Szydlo en Polonia, el primero de ellos, miembro y apoyado por el Partido Popular Europeo, quien se ha descolgado de la crítica a su gobierno ultraconservador y contrario a los valores europeos, realizada por la UE gracias al apoyo y la iniciativa de socialdemócratas, liberales e izquierdistas.

La lucha de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales, continúa y debe de continuar tan necesaria como siempre, porque sus amenazas no han desaparecido ni tienen visos de desaparecer en un futuro inmediato. Pero esta es una lucha que solo se conseguirá vencer con el apoyo convencido de toda la sociedad y con la presión y el empuje de las democracias al resto del mundo.

Un mundo en el que cada persona sea libre de amar a quien quiera amar, y de sentirse lo que se quiera sentir más allá del sexo y los estereotipos sociales con los que le haya tocado nacer, no sean motivos de castigo, de señalamiento público o de desprecio, es un mundo por el que todos los demócratas deberíamos de luchar. Y ese mundo se consigue luchándolo día a día.


La justicia, la libertad y la igualdad nunca han sido causas perdidas. Ni tampoco lo será en este caso.


Daniel Martín Bernad, Sº de Igualdad y Comunicación de las JSPZ

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