El compromiso de una generación

TRES HISTORIAS SOBRE LA REPRESIÓN EN PERDIGUERA [1] “El odio enfurece y no lleva más que al derramamiento de sangre. No. La generosidad...

Tres historias sobre la represión en Perdiguera

TRES HISTORIAS SOBRE LA REPRESIÓN EN PERDIGUERA[1]

“El odio enfurece y no lleva más que al derramamiento de sangre. No. La generosidad del español sabe distinguir entre un culpable y un inducido o extraviado. Esta distinción es capital porque tenemos que habituarnos otra vez unos y otros a la idea, que podrá ser tremenda, pero que es inexcusable, de que de los veinticuatro millones de españoles, por mucho que se maten unos a otros, siempre quedarán bastantes, y los que queden tienen necesidad y obligación de seguir viviendo juntos para que la nación no perezca”.
(Manuel Azaña, 22 de abril de 1938)

A las cinco de la madrugada del día 19 era declarado el estado de guerra, afirmando Cabanellas en su bando que tomaba tal decisión pensando «en los altos intereses de España y de la República». Con estas palabras, el general jefe de la V División Orgánica (Zaragoza) secundó el golpe militar contra el gobierno democrático republicano de Madrid, dando el pistoletazo de salida a uno de los episodios más oscuros de la historia contemporánea en nuestra tierra. Como consecuencia de ello se declararon ilegales todos los partidos republicanos y organizaciones obreras, considerándose delictivos todos sus actos y acordándose la represión de la huelga general.  Solo en Barbastro, el jefe de la guarnición, el coronel Villalba, permaneció fiel al gobierno republicano y pudo dominar la situación, consiguiendo así que la sublevación se propagase por Monzón y Fraga. Aragón quedaba partido en dos, y en las zonas en las que triunfó el golpe los encarcelamientos, torturas y asesinatos encaminados a  infundir el terror e impedir que se llevara a cabo cualquier tipo de resistencia fueron la tónica general.

Desde los primeros instantes del conflicto militar hasta finales de 1936, solo en Zaragoza capital fueron asesinadas 2.578 personas, de las cuales únicamente 32 tuvieron un consejo de guerra. No existió juicio justo alguno, simplemente era un ajuste de cuentas. Al final de la guerra, el cementerio zaragozano acogió a un total de 3.096 víctimas de la violencia franquista. Esa cifra aumentó hasta las 3.543 personas asesinadas en los primeros años de posguerra, gran parte de ellas provenientes de la comarca del Bajo Aragón. La situación que vivió Perdiguera no se alejó mucho de lo que ocurrió a nivel provincial y autonómico. La violencia, represión y barbarie también salpicaron a este municipio zaragozano que desde los primeros momentos de la contienda militar estuvo bajo dominio de los sublevados encabezados por el teniente del cuartel de Movera.

El simple hecho de procesar ideas distintas a las imperantes en la zona nacional o la simple inquina personal fueron motivos suficientes para la ejecución y detención de una treintena de ellos ya en los primeros momentos de la contienda. Podríamos citar numerosos testimonios que dan cuenta de la dureza y la sinrazón de semejantes acciones, pero he decidido quedarme con tres que  ilustran a la perfección la realidad vivida en aquellos años de acción bélica.

Rogelia, hija menor de Pedro Escanero y Juliana Vinues, de tan sólo 16 años de edad es el primero. Los mismos soldados que habían acabado con la vida de sus padres tenían la cruel idea de que fuera a la plaza a divertirse con aquellos que habían acabado con la vida de sus progenitores pocos días después. Un rayo de lucidez de un dirigente que se hospedaba en su casa evito semejante escarnio.

Casto López Expósito y su familia son los segundos protagonistas. Él es elegido concejal del ayuntamiento de Perdiguera por Izquierda Republica, tras las elecciones de febrero de 1936 en las que se produce una amplia victoria del Frente Popular. Tras el golpe militar del 18 de julio de 1936 y la toma del municipio por los sublevados, la situación se vuelve tremendamente complicada para los vecinos que procesaban ideas de izquierdas.  La única salida que le queda a él y a su hijo es tomar el camino del exilio dejando atrás a su mujer y sus cuatro hijas, que a pesar de ser detenidas lograrán escapar y reunirse con su marido en Barcelona. Ante la caída inminente de dicha ciudad, y al igual que cientos de republicanos, se verán obligados a cruzar la frontera con Francia para salvar sus vidas, pero con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana de Francia serán recluidos en el campo de Angouleme. Conseguirán sobrevivir a esta amarga experiencia y tras la muerte de Pascuala en 1959 en Francia Casto tomó la decisión de instalarse en Venezuela con dos hijas que residían ahí.

Imagen obtenida de
http://epilatlashis.blogspot.com.es
El tercero y último es Hilario Murillo Castelreanas, alcalde de Perdiguera por Izquierda Republicana. Él corrió mejor suerte y consiguió salvar la vida, pero a cambio tuvo que tomar el camino del exilio, dejando atrás familia, amigos y la mayoría de sus posesiones. “El recuerdo más nítido que guardo es el de la mañana en que mi familia se vio obligada a huir de Perdiguera, cuando varias personas, sobre todo mujeres, lanzándonos piedras al carro en el que montábamos mi padre Hilario, mi madre Carmen, mi hermano Carlos, más pequeño que yo, y mi hermano Benedicto, todavía lactante, que meses más tarde fallecería, nos gritaban: ¡Rojos fuera de aquí! Justo cuando pasábamos por la balsa Las Fuengas”. Con estas duras palabras el hijo mayor de Hilario, Jesús Murillo, reflejaba la complicada y desgarradora situación que le toco padecer a la familia de Hilario cuyo único crimen fue defender unos ideales asentados en la igualdad, la solidaridad y en la creencia de que un mundo más justo era posible.

El precio que tuvo que pagar por ello fue elevadamente alto: cárcel, exilio y las calamidades propias de tener que dejar todo atrás, para empezar prácticamente desde cero. La suerte sonrió a Hilario y gracias a la mediación de su primo Santiago Cuenca pudo conservar la vida. El compromiso con los ideales republicanos siempre estuvo presente en la vida de este alcalde que, si no lo manifestó de forma abierta, fue por el miedo a las represalias que pudiesen tomar contra sus seres queridos, actitud que estuvo presente en la cabeza de

muchos hombres y mujeres de aquella época.
  
El gran escritor y poeta portugués José Saramago decía: "hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina por la indiferencia". En esa línea de recuerdo, justicia y dignificación se enmarca este artículo,  con la humilde pretensión de que el ejemplo de Hilario o la dureza de los testimonios de Casto y Rogelia jamás caigan en el olvido y a través de su conocimiento podamos evitar que se vuelvan a producir situaciones similares. No quiero finalizar este artículo sin agradecer y poner en valor el trabajo de Constantino Escuer Murillo, su información y escritos han sido esenciales para poder conformar este breve pero emotivo texto.


Javier Berges Palacio: Sº de Memoria Histórica y Justicia Social de las JSPZ 

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