Como joven europeo, como uno más de esos millones de
españoles y españolas que, desde hace 31 años, hemos nacido ya como miembros de
ese buque territorial, político y social que es la Unión Europea que, para
aquellos y aquellas que seguimos creyendo firmemente en este proyecto en
permanente construcción, tiene como destino permanente la igualdad y la
justicia social entre sus habitantes, que se creó a partir del hermanamiento
voluntario y decidido entre países, entre culturas, entre lenguas, razas y religiones, el 21 de marzo, Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, no
es sino un día de celebración y conmemoración de la esencia del espíritu europeo.
Para quienes hemos nacido y vivido con la posibilidad y la
realidad de desarrollarnos vitalmente, de estudiar o trabajar sin barreras y,
aún más, con alicientes para hacerlo a lo largo y ancho de todo un continente,
imbuyéndonos en una nueva cultura y sociedad, sintiéndonos uno más de esos más
de 500 millones de europeos y europeas, unidos al resto de gentes por un
sentimiento de pertenencia superior al de las naciones, sin sentir la
diferencia de idiomas, latitudes o tradiciones como una traba o un ataque a
nuestras esencias, que hemos vivido cada ampliación de la Unión y de sus valores
como un logro personal, como una nueva oportunidad para llevar a la práctica
ese fundamento internacionalista, intrínseco si hablamos desde la ideología de
la familia socialdemócrata, socialista y laborista, y presente en mayor o menor
medida en todo y toda aquel y aquella que cree en el proyecto europeo, quienes
vivimos como una de las grandes tragedias de nuestro tiempo aquel 51,9% de síes
a favor del Brexit de consecuencias aún por descubrir... como digo, para todos
nosotros y nosotras, la discriminación por raza o procedencia es un ataque a
nuestro pensamiento, a nuestras creencias, a nuestro estilo de vida, a nuestra
realidad.
Desde el nacimiento del vestigio de la UE, con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero,
en los inicios de la década de los 50, con la resaca de la Segunda Guerra
Mundial en el ambiente, y en la que todavía tres cuartas partes del territorio
africano estaban bajo mando colonial europeo, hasta el día de hoy, la actitud
del europeo medio respecto al resto del mundo y respecto al resto de razas, ha
cambiado sustancialmente. Ese sentimiento de superioridad racial dominante
entonces, se fue convirtiendo en un residuo que pensábamos que tan solo anidaba
en la ideología diezmada de la extrema derecha, ultranacionalista y chovinista,
y de aquella minoría que añoraba una Europa muy diferente, tanto en composición
como en valores, a la actual.
Pero, con la implosión de la economía occidental y sus
repercusiones sociales y políticas a lo largo de la última década, esa
xenofobia y racismo reconocidos implícitamente, vuelven a cabalgar a millones a
lomos de quien representa hoy la "revolución" contra el sistema
democrático establecido: esa misma extrema derecha marginal que las actuales
circunstancias han llevado a vivir su
época de esplendor electoral y mediático y de normalización internacional.
Esa falsedad mil veces repetida de "vienen de fuera para
quitarnos el trabajo y llevarse nuestro dinero en subsidios", es una de
las explicaciones a que millones de trabajadores y trabajadoras hayan
abandonado su voto tradicional a la izquierda, y mayoritariamente a la
socialdemocracia, y hayan comprado el discurso fácil de confrontación con los
de fuera, que vende como solución a todos nuestros males la no admisión de
inmigrantes, cuando no la expulsión de los que ya son parte de la ciudadanía
europea, como un día se vendió la prohibición de trabajar a las mujeres como
"solución" para el problema del paro (de los hombres blancos).
Hoy, 21 de marzo, las circunstancias de la última década, nos
vuelven a llevar a todos y todas aquellos que confiamos y creemos en los
valores de la Unión, a reivindicar este día, de concordia y hermandad con el
resto de razas, y a desmontar el discurso de quienes, desde el mismo núcleo de
Europa y desde el sillón de quien debiera liderar el "mundo libre",
usan el discurso del odio para construir estados de terror que los europeos
conocimos y dejamos atrás hace ya 70 años.
Hoy es un día para que los demócratas confronten cívicamente
a aquellos Le Pen, Wilders, Farage, Salvini, Hofer, Kaczyński, Trump, Breivik...
y enarbolen la bandera de la alianza de civilizaciones, de la alianza de
culturas, del internacionalismo y la igualdad. La bandera de la democracia, en
definitiva. Porque, como decía aquel hombre de paz al que se llevó el odio,
aquel defensor y creyente acérrimo de la igualdad interracial e interterritorial,
aquel extracto más puro del ideario socialdemócrata que la política ha dado;
como decía Olof Palme, la democracia es
humanismo y conciliación, y los demócratas vindicamos hoy una Europa y un
mundo de todos y para todos, un mundo sin odio, un mundo sin discriminación.
Este 21 de marzo, toca seguir luchando por el mundo que nos
merecemos.
Daniel Martín Bernad, Sº de Igualdad y Comunicación de las JSPZ
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