El compromiso de una generación

  Dicen que, si jugáramos al ajedrez contra una gallina, al ganarla esta se subiría encima de la mesa, tiraría las piezas, se cagaría en el ...

Las democracias no son eternas

 

Dicen que, si jugáramos al ajedrez contra una gallina, al ganarla esta se subiría encima de la mesa, tiraría las piezas, se cagaría en el tablero y se pasearía, igualmente, victoriosa. Si lo tradujéramos a la vida real, lo más parecido sería encontrarnos a un hombre sin camiseta y con cuernos y una piel de bisonte a modo de gorro sentado al frente del Capitolio después de haberlo tomado.



La que nos han vendido siempre como ejemplo de democracia plena y consolidada se tambaleó durante unos instantes gracias al trabajo que día a día ha hecho su presidente durante los últimos 4 años. La crispación y el enfrentamiento entre vecinos, las innumerables acusaciones de ilegitimo a un gobierno y un presidente emanado por los cauces constitucionales y democráticos por parte de un importante sector del poder, e influyente en la opinión pública, y el continuo blanqueamiento de la ultraderecha y el neofascismo desembocan en como una democracia de más de 200 años puede ser asaltada por radicales de ultraderecha en unos minutos.


La asombrosa ausencia de seguridad en el Capitolio de los EEUU (véanse las imágenes virales de un policía con una porra ante un grupo de decenas de manifestantes) choca con la, tal vez, excesiva seguridad de la que se armó durante los días de las protestas del Black Lives Matter, demostrando una vez más el racismo estructural existente en EEUU. ¿Qué hubiera pasado si una persona de raza negra se llega a colar en el Capitolio y pasea por la sala de plenos y por sus despachos? Se ve que luchar por los derechos humanos es más peligroso que luchar por derribar la democracia. 


Las imágenes de seguidores del partido de Abraham Lincoln portando la bandera confederada en la sede de la soberanía popular estadounidense, rompiendo cristales y mobiliario o irrumpiendo en el despacho de la tercera autoridad del país, la presidenta de la Cámara de los Representantes, Nancy Pelosi, no son las imágenes de la mejor democracia del mundo. Ha tenido que venir (o más bien marcharse) un presidente como Donald Trump para que nos demos cuenta que esa retórica es mentira. Un país en el que se ponen infinitas trabas para votar a determinados grupos sociales como hispanos o afroamericanos o en un país de sistema presidencialista que puede ser elegido presidente una persona que no ha ganado en voto popular son claros ejemplos de que su democracia tiene importantes lagunas. Una democracia en la que un porcentaje tan importante de ciudadanos rechaza tanto que una persona como Kamala Harris pueda ser su vicepresidenta por todo aquello que representa, como que su presidente electo, Joe Biden, haga llamamientos a la unidad dista mucho de ser la mejor democracia del mundo.



Donald Trump se va, pero únicamente de la presidencia de la primera potencia mundial. No obstante, va a seguir muy presente en sus seguidores, algunos al frente de países muy importantes. Los casos de Jair Bolsonaro en Brasil, Andrej Duda en Polonia o Vladimir Putin en Rusia con partidos de ultraderecha muy fuertes o los casos de Boris Johnson en el Reino Unido y Viktor Orbán en Hungría al frente de, ya falsos, partidos meramente conservadores van a seguir durante bastante tiempo. A ellos se unen ejemplos como Matteo Salvini en Italia, liderando sondeos, Marine Le Pen en Francia, que fue primera fuerza en las últimas elecciones europeas, o Santiago Abascal en España, con un asombroso crecimiento en las últimas elecciones generales y tercera fuerza política. Pero la sombra de Trump es muy alargada y mueve a muchos otros jugadores a su terreno. Ejemplo claro es como la derecha española comparaba lo sucedido con movilizaciones como “rodea el Congreso” y no con la hasta ahora única persona que ha irrumpido en él, Antonio Tejero, pues deben pensar que es de menor importancia.



La democracia y los derechos humanos no están en el orden natural de las cosas y tal y como han venido se pueden ir. Si caemos en el error de creerlos sempiternos, los perderemos (otra vez). La democracia se empieza a perder cuando la mayoría se olvida de la minoría y únicamente vota pensando en proteger lo que creen como derechos y no dejan de ser privilegios. No creo que haya una solución mágica para que este peligro se difumine ni para que la gallina al terminar la partida se suba a la mesa, tire las piezas, se cague en el tablero y se pasee vencedora. Bueno, sí: no jugando, directamente, con la gallina.


Miguel Lozano López

Secretario General de las JSA-Zaragoza

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