Este septiembre
comienza un nuevo curso político cargado y marcado por responsabilidades del
más alto nivel en España, en Europa y en el mundo.
Comenzamos el nuevo
curso, tal y como acabamos el anterior, con la conformación de un gobierno
nacional todavía pendiente desde el 28 de abril. Con la meta volante del Brexit
y su paso destructivo por la política británica amenazando con consumir a su tercer
Primer Ministro en tiempo récord y sin ningún horizonte claro. Comenzamos, en
apenas unos meses, con la carrera por la nominación de quien habrá de batallar,
desde las filas demócratas, por devolver a la primera potencia mundial a la
senda de la concordia, del multilateralismo y de la decencia.
España, Europa y el
mundo encaran nuevos problemas inmediatos y los mismos problemas a largo plazo
a los que todavía no han sido capaces de dar respuesta. La batalla contra el
cambio climático, la supervivencia del proyecto europeo, la estabilidad de las
democracias, el alza de los discursos del odio, la segregación y la diferencia,
la normalización de la llegada de las extremas derechas al poder...
Y la respuesta a
todos ellos, continúa siendo la misma: la política.
La política, pero
no cualquier política. Una política que vuelva, no sólo a idear y ofrecer un
proyecto para el próximo proceso electoral o, a lo sumo, para la siguiente
legislatura, sino que sea capaz de imaginar y construir una realidad para la
siguiente generación.
Una política que
sepa encontrar el punto medio entre la denostada "política de los reservados" y aquella más preocupada por
las interacciones que tendrán sus "tweets"
que por la repercusión que tendrán sus políticas. Una política que, como en el
caso italiano, sea capaz de romper los muros más gruesos de la incompatibilidad
partidista cuando de superar un obstáculo de Estado y humanitario de mucho
mayor calado se trata. Una política que rehúya de la inmediatez frente a la
cábala, de los liderazgos mesiánicos frente a la ideología fundada y
argumentada, de la respuesta fácil para los grandes problemas, que intenta
compensar la falta de altura en su representatividad institucional con un
colegueo de barra de bar con la ciudadanía.
Una política que no
alimente las falsas esperanzas de una parte creciente de la población de una
respuesta inmediata a aquello que les afecta y que, como única consecuencia,
genera mayor frustración por su falta real de soluciones, rechazo hacia la
propia política por su desvirtuación y que ya ha dado a la historia de la
primera mitad del Siglo XXI algunas de sus peores políticas y algunos de sus
peores nombres: Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen, Farage, Orban, Abascal...
El nuevo curso
político y los nuevos y viejos retos que enfrentamos, requieren de una política
y unos políticos y políticas que quieran tener las capacidades para
afrontarlos, que sean capaces de decir, explicar y hacer que esto no será
fácil, que esto no será corto, que esto requerirá mayores dosis de acuerdo que
de crispación, que esto supondrá desterrar del vocabulario político palabras
como "humillación" e "imposición", que esto habrá
veces que se podrá comunicar al momento y con todo lujo de detalles a la
ciudadanía y otras que requiera la discreción y el tempo que los asuntos de
Estado requieren, sin caer en elucubraciones maniqueístas, que existen mucho
más tonos y matices más allá del bien y del mal. Que sea capaz de
transmitir que todo ello será cierto,
pero que se conseguirá.
El nuevo curso
político necesita y merece una única respuesta: más y mejor política. Las
políticas y los políticos han de estar a la altura de ser capaces de ofrecerla
y la ciudadanía ha de estar a la altura de ser capaz de desearla realmente.
Afrontemos entre
todos y entre todas el nuevo curso político con el renacer de la política.
Daniel Martín Bernad (Secretario General de las JSA-Zaragoza)


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